lunes, 13 de julio de 2020

M


M. es la de siempre, pensó. Con sus callecitas estrechas y la ropa colgada que oficia de techo goteante, con las comadres asomadas a los balcones impúdicos, sin más que hacer que mirar con desdén a los que pasan. Hablando fuerte, casi a voces, respondiendo con risotadas a la vecina del frente como si los de abajo no existiéramos, pensó, o como si les importáramos un carajo, o si nos estuvieran desafiando. Vaya, pero qué valiente somos desde los balcones. Lástima que en batalla corramos como liebres.

El aire de mar le da de lleno al doblar una esquina. Ese olor inconfundible, que tanto había añorado en sus trece años, ocho meses y catorce días de mazmorras. El pescado podrido, las especias de los tenderos de la calle (¡la canela, ah!, ¡la canela!) el orín de los rincones... Las prostitutas que salían de sus escondrijos cuando el sol entraba... M., esta ciudad donde se reza y se mata con el mismo celo, y luego todos se emborrachan en las tabernas con el mismo vino.  Ah, pero cómo te conoceré, M. y la puta madre... pensó, mientras caminaba sin brújula ni propósito.

Pero qué habrá sido de mi mujer, de esa que tanto me amaba, se dijo. Estuve en la cárcel, no tuve lepra... Pero no tuvo ánimo para ir a buscarla. De encontrarla con otro. De confirmar que la necesidad pesa más que el amor, y el hambre más que las caricias. No. No hoy. Hoy estoy vivo, y afuera. Hoy es para lo que me juré hacer si sobrevivía a esos animales. Para lo que me mantuve vivo. Respiró hondo y pudo distinguir la albahaca, el romero, además de la canela, ocultas entre sus pliegues.

El recuerdo de su abuelo le vino junto con los aromas. El también había estado preso, casi por los mismos motivos. El también había amado sus olivos, criado hijos y rasgado un violín, luego de haber trabajado todo el día bajo el sol esa tierra ingrata. Parecía que se iba a desintegrar en esas manos enormes y nudosas, pero en cambio salía una melodía que era tosca y áspera, como esas manos, pensó. Pero el viejo la ejecutaba con un fervor, con una cara y un sentimiento... Cerraba los ojos, y cuando los abría le brillaban. El corrillo de chicos que se armaba terminaban aplaudiendo más a esos ojos diáfanos que a su melodía, que siempre era la misma.

Yo también tuve un violín, pensó. Llegué a tocar mucho mejor que mi abuelo, pero nunca me aplaudieron los niños como a él. Bah, pero qué saben los críos de música...

El sol ya está sobre el poniente. Lo adivina porque las viejas también se apagan, y huele a leña de los fogones. Los hombres vuelven del campo, y las vacas a los corrales. Y a todos los aromas se suman el de sus heces.

Debería buscarle y terminar hoy esta historia, piensa. Los que le han visto en el pueblo lo saludan tocándose el sombrero, pero ninguno es efusivo. Saben para qué está, para qué ha vuelto. Él también lo sabe, ya estará sobre aviso.

Comienza a correr desde Levante una brisa fresca. Se arrebuja en su capa, su vieja capa que todavía guarda la humedad de las paredes de piedra y el orín de rata. Debería terminar todo esto hoy, piensa, acabar con todo.

Y luego siente el dolor en los huesos, y la tos que le ahoga. Fueron muchos años y mucho frío. Se lleva el pañuelo a la boca y allí está la sangre, cada vez más roja. Ya es demasiada sangre, piensa. 
Quién sabe si todo esto habrá valido la pena. Para qué más huérfanos.

Eres un cobarde, le dice su abuelo entre la niebla. Se ve que estos años te hicieron mella, arrusu, acota su abuela.

Camina entre la bruma. No recordaba que la hubiera en su pueblo siciliano. Pero trece años, ocho meses y catorce días de cárcel cambian mucho a los pueblos...

¡Vendetta!, le reprochan todos los rostros, las viejas de los balcones y hasta la ropa que cuelga y gotea sangre.

Necesito ese vino, se dice. Y entra a la taberna del pueblo, la única, la de siempre, la de aquella noche.

Pero no es la misma. Casi no la reconoce. Está llena, pero de gente que desconoce. Y allí, en el fondo, deslumbrando a los niños con un violín desvencijado, está su alma.

sábado, 7 de mayo de 2016

Moby Dick, tan desmesurada como magnética.



Disfruto mucho de esta obra inclasificable que es Moby Dick. Me parece tan desarticulada, estrafalaria y al mismo tiempo excepcional (por momentos) que me asombra, y vuelvo a ella cada tanto; la abro por donde se abra y la leo.

Había que ser un genio, y no importarle nada de la crítica erudita y académica para escribir como lo hace Melville.
Finalmente uno (yo) no sabe si está jugando con el lector, si lo está invitando a participar en ese juego, o simplemente escribió lo que le salía -a borbotones- y no tuvo tiempo o ganas de editarla mejor.
La posteridad se devana los sesos sobre el asunto, y hay quienes ven alegorías por los cuatro rincones, le endilgan atributos de toda índole, la comparan con El Quijote en sus cualidades "posmodernas", y largo etcétera. Hay quienes necesitan transformarla en la obra seminal de la literatura norteamericana, pero me parece que su autor estaba más allá de todo eso.

Por tramos su voluptuosidad narrativa deslumbra. Me imagino a Melville como un charlatán de taberna marinera, rodeado de rostros rojos de cerveza pero inmóviles y absortos ante su labia. Admiro el desparpajo de ese hombre para crear y exagerar como lo hace. Por momentos se mete en un pantano , pero luego sobrevive a sus propios excesos, para transformarlos en algo que es literario, desconcertante, pero innegablemente literario.

Si eso es lo que se propuso hacer, es un genio al nivel de Cervantes, un precursor de la novela moderna. Si eso es lo que le salió, y su intención era poco más que entretener a su público y ganarse la vida, para mí sigue teniendo gran mérito. Y como nunca tendremos la respuesta a esa pregunta, uno puede interpretarlo como quiera, darle el valor y el uso que quiera.

El libro está allí, tan misterioso y desmesurado como esa ballena blanca. Muchos han intentado cazarla y desentrañar sus secretos. Yo no aspiro a tanto. Me hace bien leerla, me pone de buen humor leerla. No busca en ella iluminaciones metafísicas -aunque puede que las tenga-. Pienso que Melville está fumando su pipa, y me cuenta -cerveza en mano- una historia imposible. Y yo lo miro, sonrío, y decido creerle.
La literatura, pienso, es eso. Esa complicidad crédula, ese disfrute.



domingo, 11 de octubre de 2015

Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie


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El libro me pareció fascinante, y hoy voy a romper un letargo de dos años sin publicar nada en este blog para rendirle mi pequeño homenaje (y a su inteligente autora).

He leído y releído la novela en estos dos últimos años. Soy un lector moroso, que me gusta detenerme en los párrafos (jamás marcarlos), dejar un señalador, y volver a ellos en otro día, bajo otro signo. Americanah ha sobrevivido a todos mis escrutinios, y a todos mis oleajes. Lo he disfrutado en días que buscaba una historia de amor (que lo es), en otros que buscaba observaciones agudas, punzantes, de mujer inteligente y sin pelos en la lengua, que también lo es. Como relato sociológico, y como narración literaria. Y más.

Inicialmente está planteada como la historia de una muchacha (Ifemelu) y su novio (Obinze) en el Lagos de los 90, universitarios ambos, y con el deseo no admitido de emigrar. De fondo está la Nigeria de los gobiernos militares corrompidos por el petróleo, y la sociedad de esa Africa poscolonial, caótica para nuestro gusto, pero pintoresca en el relato. Adichie (que vive actualmente en América) compone un fresco que es por momentos gracioso, surrealista, irónico, pero siempre verosímil. Es crítica, pero una critica de ojos compasivos. De alguien que mira desde adentro y siente que pertenece a ese mundo de tan peculiar, que no niega sus orígenes y admite (sin remilgos) que sus raíces son esas.
(Dicho sea de paso: todavía no habían aparecido las milicias islamistas del Boko Haram, y los conflictos religiosos no son parte de esta novela).

Pero lo mejor de la novela es, para mi gusto, cuando ella viaja y se establece en Estados Unidos (EU). Allí descubre "el asunto de la raza". Antes, en un ambiente mono-racial, no era un inconveniente, ni siquiera un tópico de análisis. En EU lo vive, y con intensidad. En su país era una ciudadana de primera categoría, aquí no. Y la forma que adopta para sobrevivir a ello, para asimilarlo, para compartirlo, es escribir un blog. Lo titula "Diversas observaciones sobre los negros estadounidenses (antes denigrados con otra clase de apelativos) a cargo de una negra no estadounidense". Las entradas del blog son geniales. Porque deliberadamente adopta un tono zumbón pero sin acritud. Ella ahora vive allí, eligió vivir allí, y reconoce las virtudes del coloso americano. Pero nos da su parecer sobre situaciones que son, como mínimo incongruentes, paradojales y hasta ridículas. Pero para quienes, por haber nacido allí y haber mamado de niños sus reglas de juego, son invisibles. O naturales, o irreversibles: no se le puede preguntar al pez sobre al agua. Por eso sus observaciones (y los dialogos a partir de ellas) son tan interesantes, tan atractivos.

Y a esto no lo hace ennumerando estas cualidades, sino que -excelente novelista- lo va engarzando con los sucesos de su vida: su relación con un blanco anglosajón y rico, con un negro profesor de Yale, la de su tía con un hombre malhumorado y pendenciero. Y cada tanto, nos deja una reseña de su blog, al final de algún capítulo, y los comentarios de algunos de su seguidores. No como una moraleja, no. Como un estímulo para sacudir las neuronas, casi una provocación.

Recomiendo vivamente este libro. NO es un estudio sociológico encubierto, no es una crítica al sistema (aunque las contenga). Es una novela, cien por cien novela, de una profunda indagación sobre las ambigüedades en que incurrimos, pero escrita en un tono y con un ritmo que la hacen una lectura muy, muy placentera. Para leer, y releer.

En la vida real la autora vive en Estados Unidos, y la puedes ver en este vídeo de TED (y en otros) https://www.ted.com/talks/chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story?language=es





viernes, 23 de agosto de 2013

El insólito peregrinaje de Harold Fry





Un ser anodino, un despertar, y un viaje desmesurado.

Hasta aquí un planteo que no es nuevo, y que podría inducir al desaliento. Existe todo un género literario sobre los viajes, donde el énfasis está puesto en la acción, la novedad cultural, lo deslumbrante, lo gracioso. Pero “El insólito…” no va por ese lado.
Harold es un oficinista, recientemente jubilado, que fracasó en los desafíos domésticos de su existencia, por no decir en todos. Perdió contacto con el único hijo que tuvo, y su matrimonio no se hundió, pero apenas flota.

Un día llega una carta de una ex compañera de trabajo, gravemente enferma. Harold escribe una respuesta escueta, que no le conforma, y así como va vestido, se dirige al buzón más cercano. La carta le sigue pareciendo inapropiada, no dice lo que debería, y ese buzón no lo inspira, así que se dirige al próximo. Y al próximo. Y ya va de camino al Norte.



Harold camina con la obcecación de un promesante, pero sin la iluminación y el entusiasmo  que uno supone en estos seres inspirados. A medida que pasan los días y llega el cansancio, su memoria se vuelve porosa a los recuerdos, a las historias dentro de su historia. Un mérito de la autora es presentárnoslas como las percibe Harold: en forma fraccionada, con una progresión azarosa, amplificadas por emociones que le brotan como géiseres.



Harold camina y camina, ya como un obseso. No es un filósofo que divaga en la campiña inglesa. No nos va endilgando moralinas. No es un ecologista, un hippie ni un apologista de nada. Es un ser que corre tras una intuición mínima, y es también un hombre que huye.

Pero son muchas las leguas, muchas las noches al raso, y ya no tiene las fuerzas que tuvo para escamotearse de sus fantasmas.



En el camino se encuentra con gente de historias singulares. O tal vez sea que se vuelven singulares en contacto con la singularísima de Harold. Quizás porque se animan a mostrar su lado insólito, ya sin defensas, en presencia de la sinceridad animal de este hombre casi anciano, maloliente y confundido, pero caminante.



Las similitudes con el entrañable Forrest Gump -aquel interpretado por Tom Hanks- son inevitables. Pero Forrest es un niño grande, que trae al mundo adulto sus reflexiones conmovedoras, y nos reprochan la inocencia perdida.

Harold es más cercano. Ni héroe ni antihéroe. Uno como tantos, de clase media y educación media, que jugó un póker con la vida con las cartas que le tocaron, lo mejor que supo hacerlo, y se fue desangrando sin entender del todo cómo. Hoy le quedan pocas fichas, y ninguna intención de seguir apostando.



Hasta que una última, loca vuelta del juego, lo lanza a mitad de la carretera, rotoso, los pies en una llaga, a la absoluta intemperie de sus recuerdos, que le calan los huesos como esa pertinaz lluvia británica. Nunca imaginó que salir de su cueva de topo fuera tan arriesgado. Caminar es ahora imperativo. Es lo que le da energías y se las consume, lo que le da sentido a su vida y se estruja. Un presentimiento apenas, una esperanza mínima, y luego toda la furia que los dioses descargan sobre los topos que osan salir de sus madrigueras.



El suyo es un peregrinaje, como reza el título. Como aquellos que hacían el Camino de Santiago, pero antes de los  autobuses pullman. En el Medioevo, a pan, cayado, hambre e inclemencias. Por fe, por necesidad, por sus temores, o por todo eso junto. Harold es ese hombre, el peregrino primitivo.



Harold me cae simpático. Aún más, me conmueve.

“El insólito….” es un libro hermoso, valiente, humano. No lo catalogaría como “un canto a la vida” -como yo concibo esta frase-, es más dramático y realista. Es más cercano.



Un hallazgo grande este libro. Un libro que es sobre todo la construcción de un personaje, posible a todos, que recordaré por un tiempo largo.

lunes, 29 de julio de 2013

El mundo de ayer, de Stefan Zweig



Portada El mundo de ayer
Esta entrada nació como un comentario en el blog de Laura.  www.cargadadelibros.com
Se fue estirando y finalmente lo traigo al mío. Gracias Laura

Hola Laura. Vi que estás leyendo El mundo de ayer, de S. Zweig. A mi me pareció un gran libro. La prosa de Zweig es rica sin llegar a caer en lo barroco. Su propósito no es una descripción "lírica", es una reflexión profunda, existencial, y también es una biografía. Esa fue una era privilegiada de la humanidad, un instante donde se tomó un descanso de sí misma y puedo vivir y dejar vivir. Donde mucha gente se sintió contenida dentro de un sistema supranacional, cómoda, libre. Prueba de esto es el subtítulo del libro, "Memorias de un europeo". El estaba orgulloso de ser un "ciudadano del mundo", de ese mundo cosmopolita, progresista y tolerante.

Recuerdo -lo leí hace unos cuantos años- que me llamó mucho la atención. Todos los grandes ideales de la Modernidad terminaron de cuajar en ese período (entre la guerra franco prusiana en 1870 a la Gran Guerra del 14, tal vez un poco más allá): enorme progreso debido a la ciencia y la técnica, -con progreso social concomitante: allí la burguesía va desplazando a la aristocracia noble-, gran valoración del arte -son los tiempos de Mahler, Tchaikovky y el romanticismo tardío-, la gran revolución de los impresionistas en pintura, Freud y todo lo que vino con él, Dostoyevski, Tolstoi.... No menor es el hecho que pudieron convivir múltiples religiones: católicos, judíos, cristianos ortodoxos y musulmanes. La lista de logros es larga, muy larga.


Y a todo eso Zweig lo vivió de primera mano. Viena era la París del Este, y allí se podían verificar mejor algunos aspectos del fenómeno. Viena es multicultural por su situación geográfica y por su historia. Su contacto con los pueblos orientales la ha marcado. En ella -en realidad en el Imperio Austro-húngaro- convivían en relativa paz todos los culturas que después estallaron en pedazos en la reciente guerra de los Balcanes. Era una situación forzada, pero daba a sus ciudadanos la posibilidad de pertenecer a un gran imperio y gozar de sus oportunidades. Y Francisco José I era un emperador moderado, que permitió reformas acordes a su tiempo. 


Zweig retrata bien esa atmósfera, y lo hace de primera mano. Con entusiasmo que alterna con nostalgia, porque lo escribe después de ver las atrocidades de la Primera Guerra Mundial, y presenciar cómo ese mudo se derrumba, y va emergiendo el nazismo. Valorando tardíamente lo que ya no es, sintiendo que esa felicidad que uno daba por natural e inmutable, no era tal. Como tantas cosas que uno aprecia en su real medida cuando ya no las tiene.


Alguien podría cuestionar que ese mundo casi idílico existió a un precio alto, el de la opresión política de los nacionalismos minoritarios. Pero Zweig no hace un análisis político, se limita a fotografiar el momento , es el cronista de un mundo feliz mientras duró ese alineamiento de circunstancias que lo hicieron posible.


Laura, te agradezco que me hayas recordado este libro. Me gustó mucho leerlo. Luego cometí el error de los errores: prestarlo -y nunca más verlo-. Pero mira tú todo lo que he sacado de mi galera a propósito de mis recuerdos y de tu evocación. Escribí esto de un tirón, y disfruté mucho haciéndolo. 




jueves, 16 de febrero de 2012

Memorias de Africa, de Isak Dinesen (Karen Blixen)



Esto comenzó siendo un comentario en El blog de Perkins que se fue estirando y cobró vida propia. Gracias Perkins por ayudarme a vencer la pereza de escribir una entrada.

Memorias de Africa es uno de los libros más hermosos que que leído. Lo conservo, y cada tanto lo abro, donde se abra, y leo un capítulo.
Para mí tiene la frescura de una brisa de montaña.  Es un relato del encuentro del europeo con el africano en los primeros años de colonización, cuando Africa Oriental mantenía aún la virginidad de su esencia.
La mirada de Blixen es una mirada respetuosa, que con el tiempo se va haciendo enamorada. Ella escribe desde el exilio, de vuelta en su fría Dinamarca, luego de haber fracasado en su intento de llevar adelante una granja cafetera en Kenia.
Y se nota cómo se le cuela la nostalgia, la admiración por esos aborígenes que sobreviven desde hace siglos en sus costumbres tribales, sus sistemas sociales, su austeridad, su simbología sobre el amor y la muerte. Su relación simbiótica con la naturaleza, y con la fatalidad o el albur de sus caprichos meteorológicos.
No es la admiración incondicional de un enamoramiento ciego, no. Yo me la figuro sentada frente a una ventana, de vuelta en su país, viendo nevar interminablemente, días y días sin ver el sol, sumada a la frialdad de los convencionalismos de su entorno victoriano, y extrañar la calidez de la altiplanicia keniana y de sus habitantes.

El libro no es una novela. Es, como advierte en el título, unas memorias. Pero eso es la traducción. Porque el título original es Out of Africa (ella escribía en inglés). Muy sugestivo. Out of Africa, fuera, sin Africa, expulsada por un raro destino de esa Africa que había llegado a amar.

En sus relatos no se concentra en lo maravilloso de su fauna o vegetación. No es un libro de aventuras de alguien que fue de safari, ni la crónica triunfalista de un esbirro del Imperio. Tampoco –como sucede en la película homónima- es una historia de amor con el que encarna Robert Redford (apenas lo menciona en un capítulo).
El alma del libro es una relación humana, su relación con kikuyus, masais, somalíes y europeos “bajo el efecto de Africa”. Una encuentro de dos mundos que se contemplan con perplejidad.
Ella es una crítica de la sociedad de su tiempo, una mujer avanzada para su época. Y trasplantada en Africa no asume los hábitos del “descubridor”. Ella está sola en una granja, alejada del centro urbano y de los europeos, teniéndoselas que entender con un capataz y sus trabajadores africanos. Es integrarse o fracasar.
De esa interacción, de su reflexión, se va gestando una persona nueva, un libro diferente, escrito con la franqueza del que sabe que el protagonismo le corresponde a otro, a ese mundo que ahora la habita.

Hay muchos pasajes memorables. Pero para mí la magia del libro brota en cualquier página en que lo abra. Porque me maravilla ante todo su actitud al escribir. Su sinceridad, su honradez intelectual, podríamos decir. Podría haber escrito decenas de historias a propósito de Africa. Pero elige enfocar los reflectores en Africa misma, sin disimular su asombro, su fascinación, su sensación de sentirse pequeña y sobrecogida.

Me hace pensar cuánto nos hemos distanciado en nuestro proceso de occidentalización. Cuánto hemos ganado, y cuánto hemos perdido. Y qué distintos podemos ser los hombres a diferentes latitudes, y sin embargo seguir siendo todos hombres.
Este libro me produce ese efecto, más que otros que yo haya leído, o pelis que haya visto. No he viajado a Africa, y la versión de Blixen es la que prefiero tener (y no la de genocidios a machetazos, hambrunas, Sida endémico y largo etcétera). Me ayuda pensar que el mundo que ella conoció era más genuinamente Africa que el que yo pueda encontrar ahora.

Un gran libro. Por muchos aspectos. Para leer y volver a leer.

PD: La película me gustó mucho. Meryl Streep me parece la actriz contemporánea más talentosa. Y en esta peli conmueve. Saludos
PD2: conocer la vida de Karen Blixen es todo un capítulo aparte. De lo publicado en castellano no me han gustado sus Cuentos, editado hace poco por Alfaguara. Porque son relatos nórdicos, en un estilo literario de cuento tradicional. Me parece que eran los que ella relataba oralmente, y que luego puso por escrito.

lunes, 13 de febrero de 2012

Criadas y señoras, de Kathryn Stockett



Este libro me ha gustado mucho. Tiene la gran "contra" que se lo ha lanzado al mercado en español casi simultáneamente con la película homónima, que aún no he visto. Y uno puede pensar que es todo muy marketinero, un combo de promoción doble, con toda la impronta de Hollywood.
Pero el libro es una hermosa historia en los años sesenta en el estado sureño de Mississipi, en la región más racista de ese país, en los años de la lucha por los derechos civiles. Una pintura de las criadas negras que trabajan en las casas de los blancos, una situación que está muy cercana en el tiempo -y quién sabe en cuánto está realmente superada-.
Es mucho más que un alegato antiracista. Sus personajes están muy bien pintados: una joven blanca que se anima a discrepar con sus amigas y todo su entorno y comienza a entrevistar a las criadas para hacer un libro. Y va conociendo no sólo las anécdotas -una pintura de época, realmente- sino, y sobre todo, a las portadoras de esas historias.
Lo recomiendo mucho. Por ser una historia de la Historia, pero sobre todo porque es una novela muy bien hecha, muy humana, y hasta muy hermosa.

sábado, 14 de enero de 2012

Los perros y los lobos, de Irene Nemirovsky

Esta historia me impactó, me conmovió. Dicen los críticos que es el más autobiográfico de esta autora rusa que murió en Auschwitz. Una mujer apasionada, independiente, que nace en la dura Rusia de los zares, pero con la mirada del corazón puesta en París, por ese entonces la Ciudad Luz, orgullo de una civilización.
Cuando llega a ella puede vivir su esplendor final, y luego la caída en la barbarie nazi. Es todo un mundo que se derrumba. La Europa cosmopolita que no volverá a ser la misma. Es “El mundo de ayer”, como lo llamó en su autobiografía Stefan Zweig con nostalgia. La Europa culturalmente una, sin fronteras, que se derrumba en su geografía y en sus valores.

Son demasiados acontecimientos para una sola vida. Pero da la impresión que Nemirovsky tiene el temperamento suficiente como para vivirla, y además contarla. Como quien escribe desde su propia historia, sin tapujos, sin veleidades. La vida y las circunstancias son de tal intensidad que parece no pueden relatarse de otra manera. Como si escribiera por una necesidad imperiosa.
Y sin embargo la historia y la belleza estética de su prosa no se resienten. Se percibe esa tensión –yo la llamaría vital- y su prosa no cruje por eso. Hay autores rusos (estoy pensando en Dostoievsky) que se concentran tanto en el drama humano de sus personajes que su prosa pierde por ello(a mi gusto). Es verdad que eran otros tiempos y otra estética (no voy aquí a bajar de su pedestal al gran ruso).

Este libro es la historia de Ada y Harry Sinner, con la Rusia zarista y la Francia de la Belle Epoque de trasfondo. Una hermosa –y dramática- historia de encuentros y desencuentros. Muy humana, dura y hermosa.
No es la primera vez que el dolor y las contrariedades de la vida de un autor son el magma donde se gestan grandes obras. Me parece que este libro viene de esa fuente. A mí me gustó mucho, y me conmovió lo que podríamos llamar “la historia entre líneas", su vida.

domingo, 23 de octubre de 2011

Saul Bellow, mi hallazgo 2011



Hay hallazgos modestos y los hay deslumbrantes, increíbles, totalmente inesperados.
Si yo tuviera que dar un premio llamado “Hallazgo del año 2011” se lo otorgaría sin lugar a dudas a Saúl Bellow, ganador del Nobel de Literatura 1976, norteamericano de origen judío, fallecido en 2005.
No lo conocía absolutamente de nada. Y un día –un buen día- en un estante de esos que hay que agacharse en una librería, saqué sus Cuentos Completos, editados por Alfaguara. Para hojearlo, como hago con tantos otros. Sin un interés especial, sin ningún preaviso.
Y me encantó.
Hay autores que tienen un repertorio variado de temas, Bellow en eso es limitado. Limitado y profundo. Y muy, muy ameno. Es una mente europea –más precisamente judía rusa- trasplantada en Estados Unidos. Y todo lo que yo he llegado a conseguir suyo –cinco libros- son historias de personas venidas desde la pobreza, le vejación, y que se topan con esa Norteamérica donde se alcanzan los sueños, pujante, rica, disparatada. Y de la primera generación que nació ya en la tierra de los sueños. Y cómo reaccionan en formas distintas. Cómo América “les hace efecto”. Un personaje dice “los judíos pudimos sobrevivir al Holocausto, pero no está claro cómo sobreviviremos a América”. Ese es el leit motiv de Bellow, su tema. Una reflexíón sobre el hombre sumergido en la sociedad del éxito rápido y el materialismo, y su confrontar con las tradiciones.

Uno podría pensar Zas!, otro pelmazo que va a hablar de la crisis de identidad, modernidad versus posmodernidad. Nada de eso, porque a pesar de ser un hombre culto y hasta erudito escribe historias. No ensayos filosóficos disfrazados de historias. Historias de carne y hueso, muy vívidas, muy cercanas, con un sentido del humor descarnado y sutil a la vez.
No cae en el existencialismo pesimista. Cultiva una ironía que es compasiva, que no descalifica. Un humor iconoclasta de los delirios del hombre moderno, pero que finalmente cree en el hombre.

Si no leíste nada recomiendo sus Cuentos (que son en realidad nouvelles, novelas cortas), o La verdadera, editado por De Bolsillo.

miércoles, 5 de octubre de 2011

La ternura de los lobos, de Stef Penney


“Yo creía que este tipo de novelas ya no se escribía” dice un crítico de Babelia en la solapa. Creo que eso obró de disparador para que comenzara a hojearla. Un historia ambientada en el Alto Canadá, allá por 1860. Un pueblito de inmigrantes que vive del comercio de pieles. Una mujer que relata en primera persona el asesinato de un francés y la posterior desaparición de su hijo adolescente. Luego se suman otras voces, cada cual con su registro propio, su interpretación.
La autora es una escocesa guionista de películas de cine, que incursiona por primera vez en la novela. Uno podría pensar que va a ceder a la tentación de armar una de intriga y suspenso, de trama trepidante. Sin embargo, logra vencer la tentación de la velocidad argumental y sabe llevar su tren con el ritmo necesario para que uno pueda también disfrutar del paisaje y de la compañía. Los personajes se van tejiendo de a poco, uno los va conociendo en matices crecientes. Y en un marco convincente, de esa dura época y ese paisaje tan hostil como conmovedor.

Stef Penney ha logrado escribir una novela épica –creo que a eso se refería el de Babelia- y le ha salido bien, por momentos muy bien.

viernes, 12 de febrero de 2010

El corazón helado, de Almudena Grandes

En los sitios que visité buscando opiniones sobre el libro he encontrado demasiado debate ideológico y poco literario. Yo no conocía a Almudena Grandes antes de comprarme el libro, así que tuve la suerte de que mi gusto no tuviera ningún sesgo a la hora de leerlo. Se ve que tiene una figura, un temperamento de ir al frente y decir las cosas sin mucho rodeo, y eso le ha granjeado más de un enemigo. Es natural que le hayan torpedeado el libro aún sin leerlo: no será el primer caso ni el último que sucede.
Total que yo no la juzgo en su proceder político (con el que es probable que tenga divergencias) y me quedo con el libro, solamente el libro. Y éste me ha gustado mucho
No cae en la simplificación de hacer una de buenos contra malos. Cuenta una historia dentro de la Historia, pero esa historia se hace plausible, porque es un relato de pasiones y miserias humanas más que de hechos políticos. Mayor el mérito entonces para AG que puede pasar por encima de su sentimiento y alumbrar literatura, no algo panfletario.

Es la historia de Alvaro y Raquel, que se va tejiendo hacia atrás y se mete a fondo en la historia de dos familias en los años de la guerra civil española.
Al tiempo que transcurren los hechos se van desentrañando la complejidad de los personajes. Y como lo hace con ese estilo tan cinematográfico de ir a los saltos por la historia (avanzando y retrocediendo), más dramatismo le pone a la composición . Son más que estereotipos (el viejo avaro y cínico, el hijo desencantado y enamorado), son mucho más que eso. O será que la historia no es tanto los sucesos como el impacto de esos sucesos en los personajes, y cómo desnudan su esencia, y la transforman. Yo he terminado estando más atento al devenir de sus personalidades que al flujo de la historia en sí (si es que son elementos separables…)
El libro tiene sus casi mil páginas y se lee con gusto y AG no cae en el barroquismo, para mi gusto.
Álvaro, el inmutable físico que va descubriendo la verdadera vida de su padre al mismo tiempo que crece su relación con Raquel y se termina alejando de los que eran su esposa e hijo. O Raquel, con el dilema moral en su relación con Álvaro, y se aleja. Y él la busca, afanosamente. Pareciera que allí el libro se hace largo, o denso, pero yo lo prefiero así. AG no te simplifica las cosas porque los sucesos y las personas no somos tan lineales ni previsibles. Son personajes muy complejos por ricos, no por retorcidos. Allí tal vez radica el mayor talento de AG: que no ha necesitado de elementos estrambóticos, fantásticos, para componer sus caracteres. Son muy humanos, como rica, compleja e inasible es la naturaleza humana.
Quizás (y sólo quizás) cargue demasiado las tintas en el amor como pasión “carnal”, como “metejón”. No por nada AG salió al ruedo al ganar un premio de literatura erótica con “Las edades de Lulú”. Si hay algo que reprocharle al libro tal vez sea eso.

Me gusta verla también como una novela con un contenido moral solapado. Un crítica velada a nuestro tiempo individualista, materialista. Toda esa gente que se jugaba por un ideal y perseveraban con él aunque les llevara la vida o la fortuna. Estuvieran equivocados o no. Yo creo que el marxismo es una gran falacia histórica, pero respeto enormemente a quienes adhirieron a él en su momento, porque lo veían como la única alternativa posible para el cambio social. Después conocimos los crímenes de Stalin, la tiranía de Fidel Castro, Mao, etc. Pero mi convicción es a posteriori, soy el general que opina sobre la batalla el día después de combatirse, cuando no viví los prolegómenos ni estuve cuando todo era miedo y confusión. El siglo veinte fue muy duro, muy loco y violento, muy impregnado de ideologías de las que era difícil hacerse al costado y sentar una postura independiente.
Total que a mí me gusta mucho los personajes de la familia de Raquel. Los entiendo, me generan simpatía. Y me parece que historias como las suyas hubo, y muchas. En esa guerra y en cualquier lugar donde se enfrente gente con principios a un gobierno tiránico, con lucha armada o sin ella.

He visto que ahora ha publicado “Inés y la alegría”, en la misma tónica que este libro. Y que se propone hacer varios libros más, al estilo de Los episodios nacionales, de Galdós. El proyecto huele más a veta comercial encontrada que a reivindicación histórica, o lo que fuera. En general no me gustan las sagas. Pero que este libro me gustó, no puedo negarlo. Me mantuvo atado a sus páginas, y sobre todo a la evolución de sus personajes. Y se lo agradezco, aún cuando hoy piense que sigue escribiendo por motivos menos literarios que los iniciales.