lunes, 29 de julio de 2013

El mundo de ayer, de Stefan Zweig



Portada El mundo de ayer
Esta entrada nació como un comentario en el blog de Laura.  www.cargadadelibros.com
Se fue estirando y finalmente lo traigo al mío. Gracias Laura

Hola Laura. Vi que estás leyendo El mundo de ayer, de S. Zweig. A mi me pareció un gran libro. La prosa de Zweig es rica sin llegar a caer en lo barroco. Su propósito no es una descripción "lírica", es una reflexión profunda, existencial, y también es una biografía. Esa fue una era privilegiada de la humanidad, un instante donde se tomó un descanso de sí misma y puedo vivir y dejar vivir. Donde mucha gente se sintió contenida dentro de un sistema supranacional, cómoda, libre. Prueba de esto es el subtítulo del libro, "Memorias de un europeo". El estaba orgulloso de ser un "ciudadano del mundo", de ese mundo cosmopolita, progresista y tolerante.

Recuerdo -lo leí hace unos cuantos años- que me llamó mucho la atención. Todos los grandes ideales de la Modernidad terminaron de cuajar en ese período (entre la guerra franco prusiana en 1870 a la Gran Guerra del 14, tal vez un poco más allá): enorme progreso debido a la ciencia y la técnica, -con progreso social concomitante: allí la burguesía va desplazando a la aristocracia noble-, gran valoración del arte -son los tiempos de Mahler, Tchaikovky y el romanticismo tardío-, la gran revolución de los impresionistas en pintura, Freud y todo lo que vino con él, Dostoyevski, Tolstoi.... No menor es el hecho que pudieron convivir múltiples religiones: católicos, judíos, cristianos ortodoxos y musulmanes. La lista de logros es larga, muy larga.


Y a todo eso Zweig lo vivió de primera mano. Viena era la París del Este, y allí se podían verificar mejor algunos aspectos del fenómeno. Viena es multicultural por su situación geográfica y por su historia. Su contacto con los pueblos orientales la ha marcado. En ella -en realidad en el Imperio Austro-húngaro- convivían en relativa paz todos los culturas que después estallaron en pedazos en la reciente guerra de los Balcanes. Era una situación forzada, pero daba a sus ciudadanos la posibilidad de pertenecer a un gran imperio y gozar de sus oportunidades. Y Francisco José I era un emperador moderado, que permitió reformas acordes a su tiempo. 


Zweig retrata bien esa atmósfera, y lo hace de primera mano. Con entusiasmo que alterna con nostalgia, porque lo escribe después de ver las atrocidades de la Primera Guerra Mundial, y presenciar cómo ese mudo se derrumba, y va emergiendo el nazismo. Valorando tardíamente lo que ya no es, sintiendo que esa felicidad que uno daba por natural e inmutable, no era tal. Como tantas cosas que uno aprecia en su real medida cuando ya no las tiene.


Alguien podría cuestionar que ese mundo casi idílico existió a un precio alto, el de la opresión política de los nacionalismos minoritarios. Pero Zweig no hace un análisis político, se limita a fotografiar el momento , es el cronista de un mundo feliz mientras duró ese alineamiento de circunstancias que lo hicieron posible.


Laura, te agradezco que me hayas recordado este libro. Me gustó mucho leerlo. Luego cometí el error de los errores: prestarlo -y nunca más verlo-. Pero mira tú todo lo que he sacado de mi galera a propósito de mis recuerdos y de tu evocación. Escribí esto de un tirón, y disfruté mucho haciéndolo. 




2 comentarios:

pseudosocióloga dijo...

Anoche me leí "Mendel, el de los libros" de Zweig.
Escribe bien.

Josebla dijo...

Gracias por tu visita